Cuando me visto, con la piel de quebranto ajeno,
Mi Alma palidece,
En hirsuto lamento extraño,
Anudándose así la tinta, de mis palabras que no florecen.
Veo tu piel tan tierna,
Como recién nacida de tierra serrana,
Con bello color de cobre virgen,
Y aroma dulce de una fría mañana;
Veo tu sonrisa tan tierna,
Nacida entre el cielo y las montañas,
Y anidada en el pecho, de la Pachamama,
Me regalas un beso, de niña serrana.
Siento el aroma, de leño fresco en la fogata,
Que hierve el hielo en marmita dorada,
Hoy un poco de chuño, muy pequeño,
Y de pan, un poco de hogaza;
Siento la piel de tu manita,
Tomando la mía, como mí hermana,
Señalando lo vasto, de tu gran reino,
Donde la corte, de tu cielo te coronara.
Veo a tu lado la tarde alejada,
Besando con mil vientos,
Tu cabellera atezada,
Y cantando con tus pequeños labios,
La bienvenida, a la noche escarchada.
Hoy no tienes mantas, de lana sino de paja,
Y no hay ropitas, ni siquiera de cama,
Hoy la fogata, de tu humilde casa,
Será tu abrigo, hasta mañana;
Hoy te miro dormir en silencio,
Sonriendo, como toda una dama,
Enfrentando al cruento invierno,
Y atesorando tu tierra serrana;
Hoy mi niña dulce, como miel de una montaña,
Duerme en silencio,
Sin soñar, con juguetes ni musarañas,
Hoy mi niña dormirá muy sonriente,
A pesar del hambre, en sus entrañas.
Cuando veo tu piel tan tierna,
Y siento el aroma de tus caminatas,
Me duele el silencio de mis palabras,
Sabiendo que ríes…
A pesar de ser olvidada,
Mi niña querida,
Mi niña serrana.