Julián Riveira Dosártes

LLueve

Se resuelven en Ilobasco mil
relámpagos acompañados
de gotas huecas
como nuestras promesas, pero
esta lluvia es diferente. O sea,
tiene algo más profundo…


Quizás sea
el estado en que te ponés
con la lluvia: meditativo y resuelto
como el torogoz ante las ráfagas del viento, pero…
¿No considerás si igual que en Ilobasco
—al otro lado del mundo— llueve ferozmente?
¡Ay, yo sí! Ahora mismo, veo la lluvia descender
desde una ventana y, ¡es un bálsamo!
¡Ay, cómo me encanta la lluvia!


La veo meterse entre las piernas del verano
y, en clave de amor,
deslizarse en mi corazón con…
¿amor? ¿frenesí?
¡no, amor no!
¡pasión, sí!


¡Ay, la lluvia me altera! O sea, deseo dormir
pegado a los dorados senos de mi amada
para revivirlos y lamerlos y descender
desde sus ardientes planadas
hasta ése su punzante infierno
lleno de parches y labriegos
para sosegar su ardor
una y otra vez
hasta
que
cese
de
provocarme
¡y,
exploten
sus
gemidos!


¡Ah, cómo me encanta la lluvia
y su blanco estruendo!
¡Ah, cómo me encanta suscitar
su mojada tez en fuego!
¡Ay, la lluvia!
¡empezó triunfante
y suavemente culminó!

Presto, nace una sonrisa
gozosa y rosada, en su cuerpo…
¡aguarde! ¡Es mi sol!
¡No, es mi sello!


¡Ah, con la lluvia,
somos
dos fugaces
golondrinas
en el cielo!