Samuel Santana

Elegía al tirano

Por el suelo pisado infamemente

rodó la cabeza de la estatua.

Desde el torso a los pies

salpicada fue de sangre,

sangre de revolucionarios,

de conspiradores,

de inocentes, de mariposas,

del pueblo triste y miserable.

Tres días hacía que,

como tropel de corsos en guerra,

escuchòse el llanto,

el grito,

el lamento,

el dolor de madres espantadas.

La negra procesión venía

desde casas con hambre

hasta el florido salón palaciego.

Aturdida y celosa velaba

una guardia junto a curas serviles.

Por delante,

el enorme y

lustrado catafalco.

¿Estaba ahí o,

acaso,

mandaba en el infierno?

En cuatro días rompierònse cadenas,

disipòse la sombra,

surgió el suspiro,

cayó la deshonra,

brilló la aurora.