Ella siente que no vive. Su propia vida le es tan ajena como las tarjetas de crédito que ofrece a los clientes. Esa gente vive de prestado; así como ella… que se presta el aire, los deseos, las horas y el no morirse. Esa gente paga con elevados intereses; a veces con cuotas. Ella paga respirando y repitiendo cada gesto como una autómata. El despertador chilla cada dos horas para recordarle que aún está viva.
Financiera “Aguijé”, buenas tardes… dice, aunque las noticias no sean tan buenas…. Señor… señora… su tarjeta está en mora… ¿¿¿cuándo se acercará a pagar??? Pregunta desde un extremo de la línea, deseando morirse en esa tarde tan buena, tan soleada… tan rutinaria… tan vacía.
Y siente que la vida se le va haciendo cuentas en donde el saldo rojo es ella misma. “Al menos los que prestan están desesperados por vivir, y sus sueños son posibles… por eso prestan”; se dice, intentando recordar cuándo fue la última vez que soñó algo que no le pareciese imposible.
Y se pregunta si podría prestarse algo más que esa inercia de no morir cuando no está viviendo. Y sueña que con una tarjeta se pudiera comprar mil ilusiones.
En ese momento, deja caer el teléfono mientras una voz responde: -holaaaa… holaaaa… ¡!!¿¿¿quién habla???!!!!-
Y ella en el parque se descalza y camina… solo camina… Piensa que, tal vez, por una tarde se tomó un poco de felicidad prestada. Y mira como una tarjeta de crédito baila con el viento y las hojas. Mientras ella…. Ella… ella al fin baila sola…