Alberto Escobar

Alándalus

 

 

Caminando por la Judería cordobesa, una tarde de mayo
con los patios en flor, oí los sones de un muecín convo
cando a la oración a su grey.

De repente sentí brotar de mis poros erizantes mis ancestrales
genes andalusíes instándome a acudir a la sagrada llamada.

En ese preciso instante comprendí que Alándalus vivía en mi
inconsciente y permanecía callado, como callada de algarabías
quedó mi Sevilla del despertar cristiano.

Ese silencio se trocó en tronadora existencia.
Desde este entonces anhelo la sabiduría que se me perdió
por los siglos y que solo la historia es testigo de su
brillantez.