Hoy traté dos veces de leer uno de Neruda;
no fui capaz, o no sentí nada.
Dos cosas vinieron a mí entonces:
La sequedad y la culpa.
De tan poco que he escrito,
de tan poco que he sacado,
mi interior se ha secado.
Quizá una puerta se me ha cerrado.
O la culpa, porque no me dejó.
Abrí el libro, y el pecho se me cerró.
Pensé en mis padres, y no leí más
Las letras bailaron frente a mí,
y no me dijeron nada.
Incluso ahora, escribo esta cosa,
sólo sintiendo un vacío,
una carencia de fuerza en mis palabras.
Cuando pensé en mis padres,
se me ocurrió que ellos nunca,
nunca conocieron el placer,
el elevado placer de sentir resonar el alma.
Hoy veo cómo mi arrogancia,
mi ingenuidad, por ellas mismas
solitas se van.
La vida se encargó también de echarlas fuera.
No se dio cuenta, de que por ellas brillaba.
La vida sola se quita su luz.
La ciencia no dijo que pasaría.
Una luz por otra, ni idea cuál brilla más.
Sólo se que por fin veo respuestas.
Sólo sé que ya no sufro.
Cómo alguien dijo, \"Sin gloria, pero sin pena\".
Por esto, ya no puedo.
Le iba a escribir a mis padres
para poder leer a Neruda.
Ya no leeré más a Neruda, ni a Benedetti.
Sus letras son de un mundo lejano.
No tengo que ver con ellos.
Mis padres, mis padres.
¿Qué quiero decir de mis padres?
Qué quiero que sientan el placer de leer.
A Neruda, a Benedetti.
¿Qué placer, el que ya no siento?
Pues, que triste.
Me voy, no sé hasta cuando.