El negro me llama todas las mañanas.
Cuando el horario se avecina,
me invita a saborear de su oscura piel.
Se acerca a mis labios lentamente
y deja sobre ellos restos de amargura.
Caliente, fluido, provoca en mi lo que otros no pueden;
primero me quema, pero luego nuestras temperaturas se amoldan
y encajamos perfectamente el uno con el otro
nos consumimos poco a poco, lentamente
hasta que acaba él y también acabo yo.
Nos quedamos mirando unos instantes:
el tan vacío, yo tan llena.
Se va, pero sabe, y yo también
que mañana por la mañana nos volveremos a encontrar
y la historia se repetirá.