Voy caminando,
escalando, subiendo,
trepando, trepando;
sí, trepando por las alturas
inconmensurables de unos sueños,
de unas ilusiones,
de una encomienda
y de metas atacadas por buitres,
por fieras,
por mordaces serpientes
y por arañas de manos sulfúricas.
Con el aroma de los atardeceres
de guerrero sostenido
por la furia de las tormentas,
de los huracanes,
de los torbellinos y
de las noches de espantos,
yo prosigo mirando la cúspide
donde duerme el heroísmo,
el triunfo, los logros
y las hazañas de un maestro
de enseñanzas indomables
como los volcanes
de tierras retorcidas.
No soy agua para derramarme
ni sombra para morir con la luz.
Soy otra cosa:
el acero,
el furioso guanaco en desiertos,
el fuego suelto en pradera
y la piedra cimentada en la
terrible profundidad del
violento y salvaje mar.