Me encomiendo a una legión de cornetas
que toquen a silencio y a mundos vacíos;
en una explanada de aguaceros sombríos
uniformados de muerte y mucho miedo
por si el sol se precipita contra los suelos,
callando el argumento grave de sus himnos.
Las sombras de benevolentes granaderos
me persigan hasta los bordes del abismo;
con paso firme, aguerrido y decidido
me recuperen del quebranto de los huesos
de las trizas de la carne y las entrañas,
al caer vencida en la sombra del olvido.