Ruinas se arman en cada paso de tenue temor,
en cada huella olvidada por mis pies,
en lo que subsiste como suelo lo que realmente son cadavéricas superficies,
viseras algunas empañan mis pies desnudos y siento como los husos de mil cadáveres,
introducen sus bordes filosos por entre las grietas de mi encallada piel,
paredes que parecen de concreto, inequívoco acabo con verde vida,
para colocar su gris muerte como cantico de dante,
barco de piel y cuero seco, piel por cierto de mujeres vírgenes,
que en sus pequeñas matrices traen ternuras con enemas,
me observan desde los secos y callados espasmos de la amargura,
simulando no darse cuenta que en mi espalda traigo fetos con uñas encarnadas,
luego de arduos y cortos pasos con osamenta grosera,
un no muy viejo pero nada joven, desnudo todo señala pizarra de madero,
en el me explica las posiciones en las que debería encontrar lo que serían mis órganos,
pero cual párvula inocente eh de engañado sentirme,
pues al introducir mi magullada mano por el conducto traqueal de mi desbaratado cuerpo,
echando a un lado dos pulmones secos y arrugados...
solo eh de encontrar vacío, y lloro gusanos pues no están mis órganos en su sitio,
y el muy barbudo exclama que necesariamente no tendrían que ser su sitio,
que no es obligatorio el hecho que ellos me pertenezcan,
es más, no existe moral alguna que exija que sea de alguna forma u otra,
luego de ser interrumpido mi desordenada caminata,
que si bien comparada con un desmembramiento quedaría aun pequeña,
un riachuelo estrecho donde magnitudes de mentiras se colapsan cual cloaca,
de pronto pero no violentando mi sufrimiento mis pies pisan al fin,
un pasto suave y vivo, armónico y virgen,
era mi cuerpo todo quien disfrutaba de un aire liviano, cálido,
luz divina que no de un cielo a pesar de hermoso provenía,
y mil aleteos decoran mi tórax,
porque realmente allí yacen pájaros revoloteando desde mis florecientes pulmones hasta antes que mi pelvis,
mi atención fue capturada por el curioso hecho de no tener algún órgano,
camino y sigo andando, ya observando vanamente de cerca una fuente con enredaderas y nupcias de aves,
gritan y lloran sufren, pero solo escucho cantos hermosos por su parte,
al pie de la gran fuente y debajo de un pedestal con una venus ecuestre derrocha su belleza,
dejando caer su armónica mirada hacia un cofre,
de madera hecho cajuela y arca, y en sus bordes láminas de un hierro gris,
en su piel de madera lleva grabado IAM TEMPUS TACENDI,
sin ignorar lo nombrado alli, juzgo con sumo apuro a abrir tal curioso cofre,
y entre tripas, hígado, apéndice, intestinos, estomago, en fin,
lo complementario para mi vacía y delgada caja torácica,
y allí dormí, como un relámpago en una nube, dormí sin respiros.
y de pronto de un gran descanso y magullante despertar,
Levantándome en mi habitación, con susto por entre los huesos,
mis manos tiemblan a doquier y el cianuro circula entre mis cien,
calmo, y me dirijo por un poco de agua a como de lugar,
veo valde alguno y sin saber que mi corazón yace en el balde,
tomo sorbos a bocanadas de el agua misma,
su sabor a oxido en tono ocre que se impregna en mis encias,
al acabar el agua toda levanto tenuemente el solo cocido en el corazón latente a de estar escrito lo siguiente:
AD NIHILUM VALET ULTRA QUAM TECERE.
Y AUNQUE LO HAGA YA NO ES POSIBLE CALLAR.