He visto a la envidia taponar nuestros poros
con la misma argamasa con que mancha al
prójimo.
He visto a la hipocresía rellenar de borra vieja
las arrugas, que siendo bellas, se antojan hirientes
a la vista de la Convención.
He visto al fanatismo equivocarse de camino en
la encrucijada que se le ofrece al creyente.
Finalmente, ya descanso la vista, confieso que no
he visto ( y me he parado a mirar con atención )
que la humanidad reconozca su pequeñez y su extraordinaria
habilidad para equivocarse, cuando el error es nuestro único
guía espiritual.