Medellín, agosto 30 de 2016
Casa Madre. 07:14 P. M.
La noche entera velé, su estertórea agonía,
no podía comprender, por qué así se me moría;
entre mis brazos lo alcé, y ya sin fuerzas estaba:
¡exhalé un leve suspiro y la mortaja alistaba!
Yo mismo lo propicié, un bien queriéndole hacer,
para su especie no era, algo que debía comer;
seguro estaba que aquello, era un manjar que le daba:
¡pero aquel pequeño cuerpo, la misma miel rechazaba!
Llegó el momento esperado y la muerte lo abrazó,
esta pequeña criatura, en mis manos se durmió;
estaba muy joven aún y me sentía culpable:
¡de su deceso por fin, me declaré responsable!
Ahora que soy mayor, recuerdo al bello canario,
a quien creí haberle dado, más de lo que es necesario;
allí la vida midió: ¡el respeto le tenía!
¡ni a un pequeño picaflor, juro que daño le haría!
Después pasaron los años y mis ojos asombrados,
cortar muchas vidas vieron: ¡cual obra inmensa de horror!
y los derechos humanos, vilmente fueron violados:
¡Yo prometí defenderlos: ¡herido por el dolor!
A ultranza libre mi lucha, la parca a mí me seguía;
ya no era un pájaro humilde, la bestia y no un picaflor;
cumplí sin cejar la meta, proscrita la cobardía:
¡y un aire se respiraba, sentir se hacía un hedor!
De carmesí se tiñeron, quebradas, cuencas y ríos,
remar veía los cuerpos, doquier pasar apiñados;
y del canario a estos tiempos, luctuosos días sombríos:
¡de nuevo en mi despertaron, aquellos hechos pasados!
Seguro entonces decía, allá para mis adentros:
¡los bosques, árboles y aves, recorren mi corazón!
de tantas cosas que existen, tendré seguros encuentros:
¡con rosas, muchos canarios, y así aliviar la razón!
JAIME IGNACIO JARAMILLO CORRALES
Condorandino