Desde cuando los poetas hablan de café,
de beber café y ser egocéntrico,
desde cuando los poetas ya no escriben.
Desde cuando las bebidas
son mejores que un cuerpo,
de las pieles que se recorén con los labios y la lengua.
Desde cuando el café se degusta más que un trago
amargo, en la sombra tétrica de un bar
que promete emociones cortas.
Desde cuando un café es más osado que amar,
que sentir el pulso intenso de lo desconocido,
el miedo aquel a perderse a uno mismo,
conjugando este con la necesidad de ser uno,
desde cuando las emociones se convirtieron
en café, en simples tasas de café,
para describir un ser,
un infierno,
un cielo.