Llovieron las espadas como espinas tras la muerte de Pellinore,
Gawain y Gaheris vieron los placeres de la luna rota,
reflejada en sus blasones,
como los ojos de un titán enardecido,
que ha vencido al viento, al bosque y al destino.
Sir Pinel yace en la vergüenza fallida de su felonía,
y en algún lugar de los diez reinos,
suena el carcaj de las arpías,
dulces y volátiles monstruos bohemios.
Parzival desgarra la hierba con los cascos de centella,
el aire se dispersa como polvo de estrellas,
y atrás está ella,
desfigurando el tiempo en susurros y querellas.
La fortaleza del Titán florece,
en aquel bosque celestial,
donde van los valientes,
tras el grial.
Y a penas muerde la luna la llanura,
en espejos se disloca su armadura,
manantial de gallardía y umbría,
seno último de inocente elegía.
Repasaba a galope gestas y rayos,
de la noche que le asaltaba,
la muerte del Rey Lot y sus lacayos,
sus pensamientos no cesaban.
El héroe, el truhán y la emboscada,
aquella que prendiera a Lamorak ,
y que entre sangre vistió su anorak,
al más allá por cruel celada.
Parzival adelanta las nubes y resopla,
al compás del tórrido camino,
que le aleja de Camelot,
y le condena a breve olvido.
Continúa a pesar del sereno,
a pesar de pestañas del tiempo,
cuando fuerzas ancestrales incendiaron Orcadas,
las bases del Reino del Norte,
entre mil escaramuzas sin nombre.
¡Oh paladín de los bosques armado y caballero!
Fénix de la búsqueda en singular destino,
no desfallece tu espíritu,
no renunciaste a tu sino.
Así las almas de los árboles te cantan,
desde Gales con fulgores,
y son tus hazañas y vítores,
los que por ti hablan.
Marcha decidido al Castillo Aventuroso,
patria del Rey Pescador,
terruño de Galahad,
y aunque ya le llora Blancaflor,
no concede tregua a su ánima.
¡Oh ideario de poniente, cáliz sagrado y saeta ardiente,
tu senda riela en la distancia,
como semilla divina, etérea simiente,
dorada arca, patria perenne!
Parzival aprieta un puño,
y se le escapa un sueño,
le convierte en realidad, y a lo lejos un destellos,
de acero y plata,
divisa un poblado,
con sus senderos y ramas.
Aquellas tierras son cuna de un futuro desatino,
y el polvorín y los hierros,
se confunden entre hojarascas y brisas,
atónitas de risas,
pliegos y jumentos.
Le recibe pues el silencio,
cruel e impertérrito,
y las campanadas atroces,
y el olor a almizcle,
de caballerizas y coces.
Allende galopa errante,
buscando cobijo de una lluvia célere,
que le sorprende rampante,
y a lo lejos una silueta de jaqueles,
que brillan entre bramantes.
Parzival se pone en guardia,
y las sombras le rodean,
y el látigo silba su siniestra endecha,
Peredur abandona los quijotes de Parzival,
tiembla la tierra,
el héroe se enfrasca en advenediza refriega,
y caen uno y caen dos pecho en ristre ensangrentado,
bermejo golpe de luz,
los gañanes se repliegan,
la muerte es un talismán amotinado…
ROGERVAN RUBATTINO©
(Fragmento PARZIVAL, TRAS LAS LÁGRIMAS DE MORGAUSE. Sept 2007.)
http://www.rogervanrubattino.com