El cincel de la conciencia
fué royendo la pared,
de esta cárcel de lucidez
en que huir es cambiar de celda.
Entre sus paredes, lo efímero,
se eterniza hecho autóctono,
cual estéril grito afónico
rezumando entre los muros.
Pues el tiempo se halla aterido,
se perpetúan las vísperas;
la voluntad es tan ambigüa
y rutinaria como el miedo.
Amaestrado sin autoridad,
este se fue volviendo huraño,
convirtiéndome en tirano
de mi soledad.
Estos muros son realidad,
y yo rehén, no un ermitaño,
adherido a una coraza
sin dueño, fría caridad.
Ya jamás podré ser nómada,
tal vez náufrago en mi horizonte;
cuando las fauces de la erosión
se alimenten de éste mi hogar.
Quizá llegue así mi casa a todas
partes, cual clandestino polizonte,
pues tengo el alma en eclosión
y abarcará cualquier lugar.