Volví a golpear la puerta, esta ocasión a la altura del piso veintiuno,
espero no añejar antes de continuar la jornada.
Admiro su valentía y grandesa mi querida reina,
un rey a tus pies jamás necesitaste.
Otorgaste el alma para cosechar tus frutos honorosamente.
Fiel, confiada y discreta resistes la franquesa...
suelen las lluvias humedecer mi rostro.
He crecido en alma, cuerpo y espíritu esperando con ansias conocer al rey posterior a esa puerta,
obteniendo a cambio paz en mi tormento de una vez y por todas.