Recuerdo aquel día que la vi,
en la librería,
paseándose entre los libros.
Mirando atentamente,
ausente de este mundo.
Se daba su paseo,
entre los escritores ya difuntos
y los ya casi difuntos.
Apenas daba dos o tres cortos pasos.
Se detenía, se perdía
y volvía a repetir.
Ella era como un ser de luz,
entre esos diminutos pasillos
de entre muertos y casi muertos.
Pero ella,
estaba tan llena de vida.
En sus cortos pasos,
tomaba conciencia de brisa.
A veces se paraba
en la punta de sus pies,
en un ritmo que parecía expresar
el ritmo de sus pensamientos.
De esa misma forma,
sostenía unos libros en sus manos,
tan hermosas.
Se acercaba los libros a su nariz
y inhalaba lentamente de su aroma.
Y así, nada mas, cambiaba hacia otro pasillo.
Mientras me disfrutaba un café,
y al compás de su andar,
escribía este poema.