Estampa de soledad
en la vieja ventana olvidada del mundo
mientras abajo, en la plazuela,
unas cuantas niñas juegan a la comba.
La carita fija en el infinito,
con sus no se cuántas arrugas de sabiduría
aunque en el banco, de la plazuela,
unas pocas niñas se cuentan su primer beso.
Al fin troca la mirada abajo,
a la plazuela, otrora de tierra, donde jugaba,
donde ve a las niñas en coro,
y se le escapa una lagrimilla, dos, tres
al recordar que fue también
una niña como ellas.