Sentado sin preocupación alguna,
con elegancia propia de su raza;
menea su orgullosa cola y bosteza
mientras el sol le calienta de mañana.
Observa con gran calma
el trajín de la calle cercana,
ignorando aquel vaivén
que desgracias solo causa.
Un ciclista que sus bolillos
en la cesta llevaba, ahora
en el suelo esparcidos los haya.
La señora del mandado
poco ha salvado, la leche
y los huevos en la calle
han quedado, mientras
las frutas magulladas
poco sirven de ensalada.
El conductor enfurecido
a gritos y demonios,
del auto ha salido
buscando al culpable
del destrozo de su nave.
Y la trifulca se arma, uno
contra dos y dos contra uno;
y si no llega un gendarme
la calle hasta con sangre
se mancha y un cóctel
de emociones se prepara.
Y desde la azotea, el único
testigo baja, no para calmar
a las bestias que ahí se matan,
sino por que su panza por leche
le suplicaba...