Con morados nubarrones,
lo llevaron de mañana,
por “la cuesta los gitanos”,
allí donde el gallo canta.
Lo llevaron sin aliento,
tiritando con el alba,
dejando atrás su sombra,
que por el suelo se arrastra.
El viento bebía agua,
sorbo a sorbo,
de una charca.
¡Lo llevaron! ¡lo llevaron!
sin sus poemas, sin nada.
El poeta era silencio,
su palabra no sonaba.
¡Lo llevaron! ¡lo llevaron!
por las calles de Granada,
Sombras tras los visillos,
a escondidas lo miraban,
rodeado de tricornios,
con bayoneta calada.
El silencio se cortaba
con filo de una navaja.
La luna palideció,
a las seis de la mañana.
La veleta no paraba,
daba vueltas,
no paraba.
Subiendo, subió al calvario,
sin cruz, sin clavos, sin nada,
sin las coplas que cantaban,
los gitanos cuando bailan
en Sacromonte, al alba,
con una hoguera sin luna,
con lamentos de guitarra.
El alba con manto negro
del cielo se descolgaba,
para cubrir al poeta
que en tierra roja posaba,
esperando que la muerte,
con el viento lo llevara,
por los patios de su Alhambra,
por las calles de Granada.
A las seis de la mañana.
La veleta daba vueltas,
no paraba,
no paraba.