Me senté bajo las sombras de los árboles
con el papel donde mis más profundos
pensamientos se escriben
y el bolígrafo que mi mano
con coraje sostiene,
mientras palabras que nunca dijeron nada,
en gritos mudos que el silencio aplaca,
intentan formar nuevos versos
persiguiendo una libertad que no alcanzan.
Vivimos en una sociedad de mente necia
que parece no entender
que el amor va más allá de fronteras,
más allá de figuras opuestas;
del amor libre que los sabios hablan,
no conocen en mi tierra.
Sin pronunciar nada sus miradas murmuran
y sus pupilas se fijan en tus ojos
como puñaladas de una traición
de un ser que tu alma quiebra,
mientras sonrisas de una inminente chanza
tu inocente querer desprecian.
Es esta cárcel en la que
mi propio yo me encierra
por temor a esas miradas
que mi corazón sin ser culpable señalan,
por defender lo que otros atacan,
por querer darte la mano cuando
otros nos observan
y expresar que no es nuestra imagen lo que daña
sino el reflejo de su pensamiento
en sus profanas caras
tratando de vestir lo natural con un disfraz
para que no cause mal a nadie,
cuando el único mal que existe
es llamarse a sí mismos humanos
al despreciar a una persona
que nunca habló de males.
En este papel en el que embisto
mis memorias,
hago denuncia social por todos aquellos
cuyo amor esconden
por ser penados de entender
lo que este sentimiento expresa,
este que nunca entendió de prejuicios
ni de falsas reglas.
Como la vereda que hoy me envuelve
y mi libertad acoge
sin juzgarme por ser persona,
hoy mis palabras son las aguas
cristalinas de este río
que fluyen entre injusticia e hipócritas creencias,
esperando limpiar los cauces
de quienes por huir de la verdad
te menosprecian.