¿En cuántos trazos,
en cuántos sueños
he prometido no escribirte?
Dímelo tú, que recibes
mis anhelos en tu honda nada
creyendo saber de mi mente.
Tal vez sí me conozcas,
quizá des al punto
cuando buscar en mí intentes.
Pero ¿sabías tú algo?
Hay un puerto de ilusiones
más allá de mi quererte.
Unas llegan moribundas,
otras, heladas, a entierro.
Son pocas las que arriban
para amarte, atrevidas.
Incluso las hay ajenas,
rebosantes de alegría
opacadas por las tuyas
en su trance y melancolía.
Se te van los dos luceros
enlazados a tu alma
con la señorita equivocada,
perfecta del otro día.
Simplemente eso fue:
un placer de dos caricias
por las que te desvivías.
Otro anochecer vi volver
la luz azul de tus ojos negros
buscando la gloria en esta jovencita.
¿Podría yo cuestionarte
con sorna y dolor
qué fue lo que encontraste
junto a su disposición?
Notaste irla perdiendo:
de la pequeña labradora de arte,
el frío abrasador.
Los halagos de sus palabras
eran lejanos a los pasados sueños
que de ti ella cultivaba.
¡Hacía cuánto tiempo
no eras ya su faro,
sólo una mancha de cielo!
Intentaba la escritora
declamarte un poema de despedida,
aunque terminó por armonizar
unas tristes melodías.
¡Eh! Aquella mujercita
es también música apasionada
e interpreta para ti
sus sonrisas más amadas.
A lo mejor será
que encuentra allí
cómo el tiempo pasar
mientras deja florecer
sus más bellas pinceladas
hoy que con ella estás.
Digo yo que quiere darte
la mejor despedida
en tu próxima partida.
Sabrá ella, sabré yo
que ésta no será la última,
que luego volverás
cuando mi corazón te haya enviado
y tú lo hayas olvidado.
Así llegará el día
en que al verte preguntando por mi amor
te responda con un caluroso
“¿Que quién dices que fui yo?”
¡Ah, gran satisfacción!
¿Poetisa, dibujante,
danzarina, cantante,
flautista, amante?
Habrá un amanecer
en que ya no sea nada,
salvo una dama
con un poco de Alzheimer
para recordar cuál fue
en su juventud
el más idealizado hombre,
su más grande pago al Karma.