Recuerdo aquellas noches de vacío,
y un dulce y súbito insomnio que
recorría mi espalda acariciando
mi pelo envuelto en luz apagada,
llena de matízes, y pido un respiro.
De silencio en vida eterna, descanso.
Sin mostrarme asombrada estudio y
al parecer vuelve a mi la sensación
de calma infesta de polillas necias
que escuchan mi monólogo pausado.
Es así, la similitud de fuerza loca
al ver en los pasillos de un pasado
púrpura, tez de espíritu plañidero
un acabado mugriento para mi alma
y unas encías grandes para sus bocas.
Nada más busco en la vida veraniega,
perderme en un prado verde y ensuciar
de marrón pesado mis dedos sedientos,
o quizá el dulce aroma blanco despierte
mis sentidos o en tono dejado los duerma.
Triste balada que pronunciaste sonriente,
y el fin empieza a la par que acaban
tus besos afilados contra el cuello
de miles de títeres colgados de cuerdas
que yo tejí sin que sospecharan su muerte.