Nunca eres lo que duele,
eres lo que sana,
eres lo que alumbra y deja vida
en esos pasos que das,
midiéndome la piel con la lengua de tus dedos.
Tu boca se abre en dos canciones
para bordar de risa los amaneceres,
y te apareces oculta dentro de un beso,
con un libro de océanos en las manos,
invitándome a cabalgar sobre tu vientre
que se levanta bajo mi garganta,
como la marea cuando la luna llama.
Eres un caracol que se convierte en brisa,
que me tiñe las manos de azules profundos,
de rojos y amarillos robados al sol de la tarde;
sobre mi te posas, como esa nube blanca
que guarda en su corazón relámpagos y truenos.
Y cuando te me llueves,
inundas con tu olor a sal y margaritas
todo mi territorio, con tus bonanzas dulces,
trayéndome y llevándome en el brillo
acústico de tus ojos cerrados.
Yo me abandono dentro de tu música,
queriendo ser tu abrazo prisionero,
queriendo perpetuarme a tu abandono,
y convertirme en esa sed profunda
que puebla nuestra cama de conquistas.