Él la penetraba con una mezcla de rabia
y desesperación.
Ella intentaba no pensar,
no recordar todas las manos que antes
habían acariciado su sexo
ni todas las veces que un hombre se había
refugiado en su pecho
sin pensar siquiera si ella podía ser hogar.
Porque no importaba.
Todos aquellos hombres la llenaban,
pero ella era vacío
y soñaba verse lejana e intangible.
En cada embestida la vida huía de sus manos.
Y luego otra vida se inquietaba en sus entrañas,
hasta que la sangre recorría sus muslos
y respiraba. Marchita y sola.