Solitario atardecer de este domingo
sumido en el silencio intimidante,
presagio de formas fantasmales,
ensayo reiterado de agonía.
Tarde invernal, voraz y fría,
con su copa de nostalgia y oquedad.
Atardecer del alma que llama y vos no estás,
soledad que lastima el corazón que arde.
Solo algo de tibieza en el recuerdo,
un toque de luz al pronunciarte
con la perenne armonía de tu nombre.
Y ahora, estas lágrimas saladas
que apagan las cenizas de la tarde...
Rosario 13 de julio de 2003