En las noches cuando era un niño,
sobre mi cama,
con paciencia y mucha ilusión
y palabras de gran cariño,
mi abuela me aconsejaba,
-¡échate la bendición!-
La mañana que fui a la escuela
por vez primera,
con curiosidad y emoción,
en la puerta dejé a la abuela
diciéndome con sus señas:
-¡échate la bendición!-
Cierta vez me senté a la mesa
y oí a la abuela:
-¡Siempre que haya alimentación
con sazones de amor y fresca,
da gracias a Dios por ella
-¡y échate la bendición!-
En la calle un día cualquiera
frente a la iglesia,
cerrada tras la procesión,
se detuvo frente a la puerta,
me dijo con voz serena:
-¡échate la bendición!-
Un llamado llegó del cielo,
el tiempo vuela,
y en su cara vi la ilusión.
Esa tarde de previo duelo
con llanto pedí a mi abuela:
-¡échame la bendición!-
El domingo en el camposanto
por la mañana,
flores frescas y una oración.
Por Adiós le brindé mi canto
de amor a mi bella nana,
un beso y la bendición.