Una noche de invierno
de fuerte brisa
un moribundo enfermo
agoniza.
La muerte cruel
lo visita
quiere irse con él
a toda prisa
junto al blanco satén
y sus enigmas.
El hombre aquel
suplica
y pide a más no poder
casi de rodillas
que detengan esta vez
las manecillas
del reloj de pared
que triste oscila.
Solo pide ver
a la mujer linda
que lo supo querer
sin malicias,
su esposa fiel,
reina de su familia
para tocar su piel,
llenarla de caricias,
besarla también
para despedirla.
Darle mucha fe
para no herirla,
y mirar sus ojos café
aunque no brillan
porque lloran con él
lágrimas vivas,
solo eso necesita
para fallecer,
ya su pecho se agita
y comienza a palidecer
y no llega la mujer
que está dormida.
Nada se puede hacer
la muerte obliga
y el hombre aquel
sin despedida
con la muerte se fue
dejando heridas,
preguntas a granel
no respondidas
y caminos por recorrer,
así es la vida.
--------------------
Autor: Alejandro J. Díaz Valero
Maracaibo, Venezuela.