Ya no lloro, ni sonrío.
Yace en el corazón del olvido
el alma del poeta.
La muerte va vestida
con la sangre derramada en
mis escritos.
Traje negro y negros los ojos
que no miran porque
no ven el mañana.
Rostro pálido de amarga noche,
crispa sobre mi pecho
una tormenta que no amaina.
Mientras se cierran mis ojos,
el amor se desvanece
como el aire que me evade
y sin su tacto me desgarra.
El silencio se escucha
y los astros lloran.
Las lágrimas se vierten
sobre la arena
que viste mi abatido cuerpo.
Pero ya no lloro, ni sonrío.
Yace el alma,
pero el dolor persiste.
Sólo siento y siento
sin poder sentir más nada
que este dolor,
el dolor que inunda
las heridas trenzadas
en mi piel
mientras con el filo de su navaja
la muerte sigue perfilando
en mi yerto lienzo
el desamor de su coraza.
En mi verso dejo caer
el último suspiro
que logró escapar de mis entrañas.
Soy poeta que el alma
yace en el olvido,
donde ya no sonríe, ni llora.