No se cansan de atrapar dorados crepúsculos
ni inagotables marchas de tardes reflexivas
o la profunda sombra danzante en sus órbitas
cuando son fiel espejo de otoño tus ojos;
y cuando la chispa coge los límites del mundo,
ya es fuego y ocaso en tus pupilas,
el desgastado confín donde muere el día
es el nacer de una noche serena en tu mirada.
Son como una voz entregada al silencio,
un eco que perdió su libertad en tu vista,
el grito olvidado de un resplandor,
la pasión liberada de tardes mortecinas:
llevadas en una imagen del mirar tuyo.
Entonces, como un mar que de entero
por imitar al cielo duerme todo,
o una avenida alfombrada de hojas sin vida,
de una luz otoñal bendita
emerge una canción de obvia calma.