kavanarudén

Nocturnes, Op. 9

 

Y ahí estaba yo.

Con una copa de vino tinto en mano, escuchando Nocturne Op. 9 de Chopin.

El fuego se iba consumiendo en la chimenea, dejando un agradable aroma en el ambiente. La lumbre alumbraba la habitación, preciosos tonos naranja-rojizos.

Cada sorbo quemaba mi garganta dejando una agradable sensación.

Entrecierro mis ojos para escuchar aún mejor la melodía.

Cada nota la siento en lo profundo de mi ser y no puedo evitar un suspiro.

Mi cuerpo cansado, agotado, agradece este momento.

Lento se acerca Lía, mi perrita. Me mira y parece comprender mi sentimiento. Solo le falta hablar (digo para mis adentros). Extiendo mis manos, la cojo y la coloco en mi regazo. Le acaricio en dorso, posa su cabecita y se queda quieta.

 

¡Ay mi pequeña Lía! Aquí estamos tú y yo. – comienzo mi monólogo –

 

La vida se nos ha escapado de las manos. Tanto tú como yo peinamos canas, tantas canas. Estamos cansados y necesitamos reposar. Los conocidos y queridos ya marcharon, solo quedamos los dos.

 

Alza su cabeza, me mira intensamente con sus ojitos tristes. Oscuros como el ébano, brillantes, lúcidos. Menea su rabito, parece entender todo lo que digo. La acaricio y beso tiernamente.

 

No nos podemos quejar mi niña. Hemos sido felices y lo somos a pesar de los años. ¿Qué misterio la vida? hoy estamos, mañana no sabemos. Hoy lloramos, mañana reiremos. Hoy soñamos, mañana despertaremos…. Ha pasado todo tan rápido, parece que fue ayer cuando te encontramos en aquel contenedor de basura. Si no hubiere sido por nosotros ¿qué te habría sucedido pequeña? – menea su rabito de nuevo –.

 

Parece que fue ayer cuando éramos tres. Cuando estaba a nuestro lado y era nuestra felicidad. Cuando paseábamos por la playa, nosotros agarrados de la mano, tú contenta a nuestro lado. parece que fue ayer que caminábamos en medio del bosque, riendo, jugando, hablando, amando… Hasta que poco a poco se apagó, entre mis brazos murió. Mi amor, nuestro amor, no fue capaz de retener su alma.

 

Una lágrima corre por mi rostro. Respiro profundo, bebo un sorbo de tinto, escucho atento la triste melodía. Suspiro.

 

Comenzamos de la nada. Prácticamente con una mano delante y otra atrás. Nuestros padres a nuestro amor se opusieron. Tuvimos que luchar casi con el mundo entero. Nos criticaron, juzgaron, casi que hasta nos persiguieron. Un amor prohibido, mal visto, condenado. Estuvimos a punto de dejarlo todo, era tal la presión, pero resistimos y no nos arrepentimos. Si amor no hubiéramos sentido, todo se hubiera derruido. Tú completaste nuestra familia a mitad de nuestra existencia. No se nos concedieron hijos, por algo sería; también eso fue una gran prueba. Mi salvación fue la escritura, aún lo es y lo seguirá siendo. Quiero morir con la pluma en mano, en mi boca un verso.

 

Comencé a sentir un cansancio profundo. Mis párpados solos caían. Seguía escuchando el desgranar de la melodía. Lía ya no se movía, temí lo peor. La quise acariciar, pero un fuerte dolor en mi pecho, impidió cualquier movimiento.

 

Como pude entreabrí mis ojos y ahí estaba, delante de mí. Extendió su mano, me miró con ternura y una sonrisa iluminó su rostro. Ese rostro que tanto acaricié, que tanto besé, que tanto amé. Reconocí su voz cuando me dijo: “Ven conmigo mi viejo. Ya no estarás solo, ya no habrán soledades, ni despedidas, ni quebrantos, ni dolor que te impida, ni mucho menos llanto. Ven amor conmigo, no temas, ven”.

 

Temprano como siempre llegó Lucía, se preparaba para hacer su rutina diaria. Arreglar, fregar, limpiar.

 

Señor Jesús – llamó en voz alta –.

 

Buscó en la cocina, en el baño, en el comedor, pero a nadie encontró. Se dirigió al salón y ahí lo halló. 

En su regazo yacía Lía, plácidamente fallecida. En su rostro una sonrisa se dibujaba; paz y tranquilidad se reflejaban. El fuego se había apagado, su copa rota en el suelo. Solo Chopin se podía escuchar que con su Nocturne parecía bendecir el ùltimo acto de una vida singular. De alguien que supo amar, querer, soñar y en el mundo una huella dejar.