Recuerdo tu rostro
triste y desamparado.
Quería abrazarte y mitigar tu dolor,
callar tu llanto y absolver tus penas.
¡Si tuviera el poder!
Tu melancólica
causaba lástima.
Cuestionaba la vida
y la razón de existir.
¿Pero qué podía hacer por ti?
Nada.
Contemplé tus lágrimas,
cada una de ellas,
hasta que la fuente se agotó.
Desesperado en ese remolino
de dolor, cobardía y valentía,
te abandoné.
Me alejé de ese maldito espejo
y para siempre
tu rostro desapareció.
Walberto Díaz
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