En el jardín desordenado,
abandonado en el affaire secreto
del aire con el tiempo,
tras la muerte del viejo jardinero
de blanco pelo,
encontré la belleza primera,
básica, primaria,
la belleza intrínseca que posee
el desorden vegetal
apenas multicolor,
apenas solitario.
Y no es contradictorio, no,
si el espíritu de uno se llena
de lo inútil, de lo vacío,
de lo etéreo,
de un halo
dígase incoloro,
insípido, inodoro.
Y solo está el jardín asolado
aunque yo esté en él,
porque ya no soy
si no es en él,
porque encontré
mi sitio correcto
en el interior
anárquico
de las flores y las hojas.
Ya no soy persona
en la ciudad gris
sino lamento,
alegría invertida
en lo ruidoso;
prefiero ser, estar
en el jardín
abandonado,
deseo ser
hoja, brote, raíz,
tegumento; ay, si fuera flor...
si no, canto de jilguero,
mirlo o ruiseñor,
puestos a pedir...
quiero ser silencio.
Y que no venga nadie
a molestar
con ladrillo y cemento
a mi jardín desordenado
y secreto.
Mira, observa, mira
cómo caen ya hojas secas
del castaño...
Comenzó pronto
el otoño, después
del agotador verano.