Siempre es un segundo efímero, como los siglos cortos, de mis instantes en tus horas.
No sé cuándo, no sé cómo ni en dónde, se perdió el reloj de tus eternidades, de tu boca.
Siempre es un segundo efímero, como los segundos rotos, de mis luces que ahogan,
el mar en su senectud, agitado como un pasado que naufragó en sus olas.
No sé dónde, no sé cómo ni cuándo, se perdió el día cuando tus lunas lloran,
ni besé el carmín del rocío, ni las ruecas del estío entre las nubes que flotan.
Madrigal de azahar y olivo y de su fuente agotan,
el sereno azul del cielo jalde que entre brisas aminora,
las siluetas castálidas, las cancelas que trocan,
los jardines del ocaso y las diáfanas brisas que soplan.
No sé cuándo, no sé cómo ni dónde, se perdió el tiempo que acopla,
Acorde, tristeza y redención en la misma nota.
Siempre es un segundo efímero, como de infinitudes la oda,
y somos los dos a perpetuidad los universos que explotan.
Rogervan Rubattino ©
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