Languidece la tarde, y el silencio
susurra tu nombre, persistente.
Las sombras se alargan desafiantes
en este perenne y diario duelo
en que la luz se declara perdedora.
En tanta soledad te reconozco.
Está tu piel entibiando mis recuerdos.
Están tus labios pronunciando mis deseos.
Están tus manos en el viento que despeina.
Está tu aliento en el aire que respiro.
No puedo tocarte, y la distancia
le ha robado a nuestras bocas
la fascinación del beso.
No puedo abrazarte, y la tarde
se inclina exangüe, atormentada,
sin siquiera imaginar lo que se siente
cuando al mirarte me veo en tu mirada.
Santa Rosa de Calamuchita, 21 de julio de 2003