Intro recopilatorio.
En nuestra anterior entrada.
La Albufera, un paisaje que merecía un mejor destino.
Antes de pasar a poemar el viaje de ayer a las tierras de la Albufera, dejo las fotos de un lago y unas tierras que se han convertido en un monótono bostezo, en un desierto de agua turbia, lenta, casi sin movimiento, repleto de mana para los cangrejos americanos.
A su alrededor hay pueblos como El palmar, Sueca, Sollana, que han salido del lago, y de ese mundo del barro.
Cañas y barro es un ensueño fantasmal, tan distante para los que viven en la orilla de la albufera, como para alguien de Madrid o Bilbao.
II.
Cuando pasó de nuevo por el lago
lenta y somnolienta
el agua verde,
con el hombre de pie sobre su barca
navegando por la acequia.
Todo había cambiado.
Las cañas y el barro,
la acera,
la placa de prohibído el paso
el BMW en la puerta de la barraca.
Los bares, las tapas,
el sol, la hamaca,
los patos, las garzas,
el gato,
el Palmar.
Caía una cruz sobre el barro.
Dos pinzas rojas americanas,
en un desierto de arroz
donde la cal de las paredes,
se desmoronaban
entre el cielo y el agua.
La albufera bostezaba,
cuando segaban sus campos,
verdes y amarillos en septiembre.
Había salido del lago
el hombre del barro.
Y ahora descansaba intranquilo,
en su orilla de cemento.
Lejos del mosquito,
de las fiebres,
del cólera,
del paludismo,
y de ese maldito barro primitivo
invocado en todos los bares del Palmar,
como un eco fantasmal:
Cañas y barro
Cañas y barro,
Cañas y barro.
Una sombra se cernía,
sobre el hombre del lago,
llamado por su barro.
Angelillo de Uixó.
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