Viene mordiendo el tiempo las arenas mientras los abrazos se desvanecen silenciosos, la parsimoniosa soledad se apodera de sus mejillas y el país empedrado de recuerdos frena faltando quince minutos para la media noche.
Se puede escuchar a lo lejos el chorro de lamentos desde el principio de los siglos previsto para este instante.
Se desata el tránsito de la culpa y la culpabilidad.
*****
Y asi, sin pensar y sin previo aviso el erudito abandonó su posesión más importante.
Dejó caer la coraza que lo ataba a la tierra, con la fuerza más pasiva de todas; la gravedad de las ideas y la facilidad de estar en pie.
El erudito puso punto final a todo lo que odiaba, percibiendo una efímera brisa, tan corta como el suspiro que se escapa después de llorar.
El erudito se ha ido y no queda más que seguirlo, porque sin el mi corazón no es más que un puñado de cenizas congeladas queriendo esparcirse por el mundo no subjetivo.
Paulina Dix