MILAGRO DEL AMOR
En la cumbre del delirio
en el clímax de la fiebre
rondan fantasmales siluetas
queriéndole llevar a oscuras cuevas.
Su alma lucha y se revela,
no quiere el fatídico golpe de guadaña.
No quiere ver cortado el hilo
por la tijera que Átropos le enseña.
Ya para el cuerpo han preparado
un largo y lúgubre sudario
Ya están prestos a encender los cirios
que habrán de custodiarle en el adiós.
En el ángulo oscuro de un rincón,
en convulsos temblores se debate
una joven mujer, que entre sus brazos,
acuna al tierno infante producto de los dos.
Ella no quiere de su amado la partida
aun están sus vidas muy tempranas,
han tejido tantas ilusiones
que no es justo la Parca se las lleve.
Presta resuelta y decidida
como toda mujer enamorada
en su cuna deposita al niño
y acude al lecho de su amado.
Con tibios paños su frente enjuga
y en sus labios musita una oración.
Con ternura sus cabellos peina
y a Dios le ruega sanación.
Sobre el cuerpo moribundo
van cayendo las lágrimas
por ella derramadas,
que suben hasta el cielo
por la fiebre evaporadas.
Y el milagro de amor se va insinuando.
En las grietas se hunde la guadaña
la Parca guarda sus tijeras
y una luz irradia en la cabaña.
Ella está plena de alborozo,
a él le invaden los colores de la vida.
Ella trae al niño entre sus brazos
y él… desde el lecho… le sonríe.