Tu mirada,
juego de luz y de sombra,
donde crecen los ecos
que crepitan mi alma.
Ojos de un desierto
con oasis de muerte y de vida,
hacen que por ellos
tenga el corazón en el puño
y el alma en la garganta.
Huyen de mí los besos
que sin probarte,
te reclaman.
Anda clamando tu mano
el silencio
que lloró mi sangre
en manos de la Luna,
a orillas de la nada.
Callo el dolor,
encadeno el grito
que me desgarra
y con espinas me devana.
Escribo y siento siempre,
primero siento, luego escribo.
Veo mudas mis palabras
como un pájaro sin nido.
Cartas vuelan entre sollozos,
las sellan mis lágrimas y mis penas.
El viento las mece en su cuna
y las pierde en sus mareas.
Muere el verso que el poeta
forja en su pecho,
con el papel que amortigua voces
en mi mano,
hoy como un cuchillo de filo ardiente
que se clava sobre mi cuello.
Intenta emerger de la tierra el agua
sedienta de tus caricias.
Busca pero yace un costado,
por no tener salida.
Soy sequía en la distancia
sin el agua que te anhela,
como un clavel marchito
sacudido por la arena.
Me apago y desvanezco
sin el rocío en tu mirada.
Hoy sólo arrastro este silencio
que por enamorada es mi condena.