Me fui caminando
hasta encontrar una playa desierta
tratando de olvidar un mal momento que pasé
y no quería acordarme, de su voz ni de su nombre
solo quería oír las olas del mar en su cantar.
Porque creí, que así podía olvidar mis penas
pero en la brisa que soplaba del mar
pude percibir, me llegaba el aroma de su cuerpo
y al creer que estaba sola, abrí los ojos y
bajo el resplandor del sol, vi su mirada contemplarme.
Yo, seguía sobre la arena tendida
porque creí que era espejismo verlo allí
y sentí estar en un éxtasis sublime
porque no podía creer que estaba junto a mí.
Se acostó sobre la arena conmigo
y en la quietud de la soledad, comenzó acariciarme,
y sin ambages, nos amamos hasta quedar exhaustos
comprendiendo, que teníamos que seguir amándonos.
Sentíamos, que las espumas de las olas
eran azahares que cubrían nuestros cuerpos
y allí estuvimos hasta el atardecer.
Junto a las gaviotas que volaban
emprendimos vuelo hasta donde nos llevara el viento
sin imponernos condición ni tiempo
¡porque es tan bello saborear!
el dulce néctar de la reconciliación.