Habito los sueños y las penumbras, de los que refugiados en distimia remueven los hilos de la infatuación.
Aquellos siglos que cantan en cada lápida inerte, una aulodia de extinción.
Aleve carmesí del ignoto mistral, agita las tumbas,
los recuerdos y los llantos del mármol y el nogal.
Que mis ensueños son la ceniza hecha fuego,
y mis restos ebúrnea división.
Si tan sólo los olvidados encontrarán consuelo en tu aguijón,
y del hilo de plata un susurro se escapara avieso,
en bermejo aquilón.
Si del panteón amanecieran clavellinas, eneros y promesas,
si tu cadáver entre sayas no aglutinara las nupcias en ficción,
no vendría yo cada noche a visitarte en duermevelas,
arrastrando mi corazón desde la morgue,
a este mausoleo asolador.
Te busco aún en cada cripta sin nombre,
respiro tu presencia entre delirios de clozapina,
aúlla el cuervo entre las derruidas cancelas de la noche,
el estertor señero de la brisa,
la agonía azabache del azogue,
la fosa común de vida ya sin vida...
Y la tímida sonrisa de la noche.
ROGERVAN RUBATTINO ©
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