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Crónica de la aniquilación de mis demonios.

 

Me persiguen multitudes,
jinetes desesperados por venganza.
Miles de amenazas me atormentan,
una que otra espada me rasguña,
son muchas ideas las qué me acribillan.
No puedo usar la fuerza.
Necesito pensar sin pereza.
Contemplar el filo de cada una de esas dagas,
con lo profundo de las heridas dejadas después de cada estocada.

 

Soy un poderoso iceberg, condenado a ser juzgado…
Los fragmentos de los demonios de mi cuerpo me castigan,
las partículas de sus complementos aprisionan mis sentimientos.
Es diabólica la tentación de querer, querer acabar con este mal que vive en mí.
No hay deidad que me pueda con sus manos ayudar.
Algunas damas han intentado espantar estas sombras,
pero huyen de las mil formas en qué se enamoran.

 

La portada de mi cara dice léeme,
pero las multitudes no comprenden la complejidad de mi lectura,
en sus tertulias no analizan más allá de mis demonios,
no encuentran los secretos de cada uno de mis textos,
solo juzgan, ametrallan mi espalda con sus miles de dagas.
Dagas que se van acumulando en mi espalda
Y está a la vez trata de rechazarlas.
Es inútil tratar de evitarlas, llueven en cantidades, qué ya no puedo ni contarlas.   

 

No  hay cura aún para el dolor de mi ventura.
Las heridas son abismos con gente muriendo.
Los gritos qué emanan de mi pecho son fraudulentos.
Se detiene el destino para atormentar al reloj qué marca mí tiempo.
Son realidades cargadas de irás guardadas a través de los caminos visitados, recorridos por mi andar tan alejado del elíseo.
Mis alaridos se escuchan en la galaxia del amor y la del odio aunque tengan  lo mismo de profundo.
No hay respuesta ah tan efímera quimera, la odisea de mi calvario me agujera los estrechos recovecos del rompecabezas de mi corazón asesinado.

 

Los demonios de mi ser, se complacen al sentir y vivir con mi dolor.
Son gratos sus momentos en mi figura, después de observar mí locura.
Ya ni la luna cree en mí,
El sol se volvió mi enemigo, me castiga cada qué camino.
Las estrellas se alejan al sentir mi presencia.
Los soles lejanos de mí se avergüenzan.
Le ruego a la luna qué observe lo recóndito de mis sentimientos,
en vano son mis suplicas, ella me castiga con el ignoro a mis palabras desdichadas.

 

Las ruinas de lo humano qué aún habita en mí historia,
Desvanece en cada batalla contra los malditos enemigos, son fáciles de vencer;
Lo contraproducente es querer aniquilarlos sin dejarles esperanza,
Prepararlos para el encuentro con mi amigo el amortajador,
creador de sueños después del horror.

 

La añoranza se agoto completamente de mí calma.
El frenesí se vuelve monotonía en mí.
La pasión por dejar vivir, se acaba al sentir el miedo hacia mí.
Será el fin para los demonios que aumentan en el interior de mí.
Acabaré con ellos para poder volver a deplorar lo qué en el fondo aún siento.

 

Quiero agotar a mí yo y su pesar por el pensar en lo demás.
Terminaré con los demonios que influyen en mí paz.
Alcanzaré  la cumbre donde el mar se una a la belleza de mí mirar,
Embelleceré la melancolía de las lágrimas que derramé al derrocar el malestar de mi alma.
Me encontraré con una insondable soledad,
y chocaré con miles de preguntas más,
qué mi loco corazón no podrá comprender
mi cabeza menos lo querrá saber.  

La estrategia para la aniquilación de mis sombras y demonios
es simple, tan sólo  con utilizar lo que crearon en mí ser,
Sacar a flote las ideas malditas, con las qué han ahogado la poca humanidad que anida en mí,
Sin piedad, sin amor, sin miedo al acto de atacar.
Pecaré en mi actuar, da igual, la verdad, después de tanto mal provocar, con ellos mismos necesito acabar.