Por aquí pasó, no hace mucho,
un viejo y nuevo invierno, dicen.
Dicen que todavía vuelan las hojas resecas
como versos desdeñados.
Dicen que ayer nomás, se podía caminar
por sobre la melancolía,
dejarse llevar por la tristeza de la tarde,
impregnarse el alma de niebla y de silencio.
Dicen que se podía respirar nostalgias
que traía la llovizna,
como aquella muchacha de ojos marchitos
a la que se ha visto sentada en ese banco (ya vacío),
con un libro abierto que ni siquiera habrá leído.
Dicen que se podía extrañar el sol.
Hasta el trino parecía una doliente melodía, dicen,
salida de las ramas despobladas. El pájaro no estaba.
Se podía extrañar un amor ido, ir sacudiendo plantas
para sacarles las lágrimas ocultas y morderse los labios,
para, simple y disimuladamente, tragarse las propias.
Dicen también que ahora todo eso ha cambiado.
Que ahora es primavera.
Adiós melancolía, adiós nostálgicas neblinas,
adiós lloviznas con sabor a llanto,
matizadas de un tristísimo gris,
un gris de muerte. Eso dicen.
Que es el tiempo de los trinos estridentes,
el tiempo en que renace la flor y los amores
y en las vidrieras se exponen las sonrisas
de juglares y princesas escapados de los cuentos.
Dicen que ahora es primavera.
Y uno se va convenciendo, y poco a poco sacude la modorra,
y emerge como un oso que acaba de hibernar,
se topa con una dulce mirada, una rosa, un jilguero,
un niño y su risita y entonces vuelve y escribe.
No se ha olvidado que es poeta, o algo parecido.
Escribe y sueña.
Duerme, sueña y vuelve a escribir.
Mañana, cuando amanezca, el duraznero tendrá flores
rosadas y –no lo dudo- también le habrán brotado
blanquísimos poemas.
Mañana cuando amanezca seguirá pensando en ella.
Ahora es primavera y su nombre suena bello
(más bello cada día).
Derechos reservados por Ruben Maldonado.
(Imagen de la web: San Martín de los Andes, Neuquén, Patagonia Argentina)