No, soledad, no existes
pues sólo yo te veo,
y no imagino ya dolor
sin antes ver tu rostro,
en bolsas lacrimoso,
de venas ahogadas,
manzanas prohibidas
y horrores sin voz.
Ya no escucho tu ruido,
—Para mí puro silencio—,
pues no más que solitario,
cuando aún no duermo y sueño
lo presencio; aquel obscuro
e irritante murmullo,
de un vacío al otro, riendo,
con nada, nadie y ninguno.
No soledad, no puedes existir
por el mero hecho de hacerlo
y hacerlo junto a mí,
y no tiene sentido
pues cuando estoy solo,
y encerrado, sollozo,
y esbozo una sonrisa
de lamento contigo.