Saludo a mi alma herida, maltratada, fría en esta borrascosa noche.
Las gotas caen. Derrumban los truenos y sorprende la calle mojada.
No he de ir al silencio sutilmente cómplice. No lo esperen, sin embargo.
Con sus voces, los recuerdos no me han de callar...
Esos mendigos mugrosos
Escondidos en los sótanos de una ciudad fantasmal. Muerta. Sin vida.
Palpita el día como la indecorosa sombra de otro tan conocido.
Llora el cielo como mi alma.
Es el reflejo oscuro en el agua como lágrimas.
Veteranos duendes han suspendidos por decreto los amaneceres.
Lo aseguro. Ellos han volado con mano asesina todas las palomas.
Impacientes, expandieron rápidamente con cenizas los volcanes
Y el amor, súbitamente, con la lluvia tan concluyente, se ha marchado.
Lo convoco impaciente. La lluvia es dolorosa. El silencio me aletarga.
El estruendo es tan profundo y es la efigie débil de arena pensativa
la que cae, en el momento apresurado por tempestuoso, con la sombra
de mi existir que surge al olvido precipitadamente con los rayos
encendiendo bengala en la oscuridad de las humanas conmociones.
Se aglutinan al recuerdo sin prisa. Lúgubres espectros apagados
Como las visiones futuras y aisladas. Magia de un mundo luminoso,
resplandeciente que me abarca. Me rodea melancólico, sombrío...
Esta nostalgia endeble que me absorbe, me circunda. Fatalmente
Encierra una añoranza pura y exacta de otras horas.
De otros mundos vividos.
Bella tierra lejana donde tan pura y fresca era el agua de la fuente.
Bañaba mi cuerpo como celeste el cielo que me amparaba a su orilla.
Amalia Lateano
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