Tierno capullo del alma mía: Rasgo mi espada en el horizonte para cortar los lazos que nos desunen. Sos la diadema del tiempo, oh, princesa brillantísima, que conquista los sueños de este guerrero; he descendido desde el cielo de las cruentas batallas, para abalanzarme en los lomos del néctar de tu amor. Te bosquejo en mi corazón, os, desparramas como el vino que me anega en la plenitud de tus labios inolvidables. Irrumpes en la rutilante espada que confronta, mientras las pasiones anhelan tenerte aquí en el palacio que construí para ti. Santuario sellado con tus alhajas, con el perfume que emana de tu magnifico cuerpo cubierto de sándalo. Qué abran la herida de otra espada, traspasad los huesos que guarecen el orgullo. Jamás entregaré la pasión de las entrañas que son tu pórtico de crisantemos ¡OH, aceite inacabable que vigoriza el fuego de mis lámparas...¡ Puedo morir en la batalla más feroz; pero este amor dejará irrigada la tierra con su sangre, y en cada gota de mi alma desangrada, estará tu rostro con un corazón cruzado con tu nombre. Tus ojos iluminando los míos como el manto de la noche que se desviste ante las estrellas. Te he amado hasta el ahogo del volcán. Acaricio al amor cuando mi pensamiento se hace tuyo. Es una caricia llevarte dentro de mi vida, no importa que tu vuelo sea un tórrido romance con otro ecosistema, volverá el vuelo de la espada para rasgar los nudos que nos apartan; y en cada sueño de vida, el gran amor que florece por ti. Amor más allá del tiempo, sin medida, con el susurro del viento acariciando cada espacio tuyo. Es la historia que sigue escribiendo sus capítulos en donde en cada puerto flamea tu barco, mar cadencioso como el cuerpo anhelado; mujer olorosa al incienso de mis héroes, mi amor solo sabe escuchar la sinfonía de tu piel. Te amaré hasta que el ataúd guarde mis ojos, en el cachemir gris donde tu rostro incomparable voló para hacerse eterna.