Ayer corté una rosa de tu rosal.
La rosa sangraba lágrimas de desamor
azucaradas como la vida que te espera.
Yo sentí un rayo frío que me derritió
el corazón.
Hoy vuelvo a tu jardín para seguir cortando
las rosas pendientes.
Al verme huyen despavoridas buscando
consuelo.
Claman tu nombre salvador, pero no te das
por aludida, no quieres verme, sacrificas tu
rosal con tal de evitar el recuerdo, el amargo
sabor del desabrido ayer, prefieres hacer ojos
sordos al reclamo, no te importan tus rosas,
das la espalda al sentimiento, no, no, no...
Ya han pasado veinte años, la vida, no sé
por què, me recuerda tu risa, tus momentos
de vino y rosas, me acerco de nuevo a tu jardín
con curiosidad.
Compruebo alegre que las rosas que vinieron
después siguen lozanas, llenas de vida.
Me alejo contento sin poder quitar la vista al
rojo fuego que desprenden, me alimento de su
energía para bien mío, la utilizo para mí mismo,
para cuidar mi jardín.
Bajo al porche de mi casa, me siento a recordar,
a revivir, me levanto para acercarme
a mi jardín de geranios y amapolas.
Decido regarlas con la energía robada como un
vulgar Prometeo.
Compruebo que les he dedicado poco tiempo.
A partir de ahora me impongo como deber visitar
tu rosal en busca del elixir
mágico que les ha devuelto la vida.