El tiempo,
caminaba apresurado,
ante el árbol
de mi existencia.
Tú,
observabas
la caída de mis viejas hojas
y los brotes
pigmentados de esperanzas
que mostraban mi nuevo crecimiento.
Las viejas hojas
secas por la adversidad,
habían caído
para convertirse en mi abono.
Errores,
memorias dolorosas,
que dieron paso a la felicidad.
Corrí riesgos
mientras pasaba el tiempo;
la ira
era mi debilidad;
ahora,
el amor es mi fuerza.
La verdad y el amor
siempre triunfan.
Tú y yo,
nos dejamos sorprender
por el amor de Dios;
ese,
que nos lleva
como simples partículas
por el cósmico,
para consagrarnos
a vivir distinto;
a vivir en el amor.
Sin miedo,
aceptamos el reto
de la felicidad,
en la sencillez
y en la cotidianidad.