“Una piedad de la muerte
hay en esto de mirarte
sin mirarte, y de palparte
sin palparte, ni tenerte.”
El macabro disparate
tiñe de gris al recuerdo
por donde transitas lerdo,
desnutrido de acicate.
El consumo del dislate
con su frecuencia te advierte.
Y el verso, llega y revierte
los ecos de tu vidriera
como si en el verso hubiera
una piedad de la muerte.
El verso, palpa en lo extraño
las heridas del aliento,
indagando en su sustento,
descifrándole el tamaño.
Mira como el desengaño
se ha empeñado en hostigarte.
E ignora como dejarte
preso de una fuerza burda
sin saber qué cosa absurda
hay en esto de mirarte.
Tu ángel vuelve, aparece
entre tertulias de sal
y en ese mismo espiral
la soledad te envejece.
El verso llega y se ofrece
intentando deslumbrarte.
Y es su pretensión rozarte
los ojos y redimirte
con ansias de difundirte
sin mirarte, y de palparte.
Con su gesto de ladrón
un brazo de muerte fría
secuestró la poesía
infante en tu corazón.
Fue el verso la concesión
para no explicar lo inerte.
Y hoy, que el verso vuelve a verte,
heraldo de tu amargura,
te cuelga de su sutura
sin palparte, ni tenerte.