Ayer fue viernes
y hoy me queman treinta monedas en mis manos;
tu sangre salpicó mi rostro
cuando voló con el impulso del látigo
que abría tus lomos
como el arado
que orada la pulcritud de la tierra
y tu sermón que me eleva de ella
Anoche me harté en tu mesa
y bebí hasta perder la cabeza
me alzó la ira, argumentando tu defensa
pero era mi cobardía
la que impedía soltarte
esa que me hizo zozobrar en las aguas
y que me llevó más tarde a negarte
Hoy quema mi cuello la soga
mientras se derrapan de mi mano
esas malditas treinta monedas de plata
que mi amor y lealtad costaran
¡maldito sanedrín, me han embaucado!
treinta monedas de plata me han dado,
treinta monedas de plata…
¡Las prometieron de or…!